Avenida de Breteuil, 8 – VIII
10 de agosto de 1944
Mi querido Jean:
Te quiero mucho, lo sabes, como hermano y como amigo, y siento darte tal disgusto. Pero como comprenderás, estoy obligado a hacer lo que voy a hacer.
Siempre he lamentado que el hombre no haya alcanzado la plenitud y que el artista no sea un hombre de acción. En algunos momentos, he sentido la dolorosa desazón por no ser más que la mitad de un hombre: de no haber tenido estas tres o cuatro pequeñas enfermedades y el miedo a ser relegado a ciertos trabajos subalternos, me habría alistado en las Waffen SS.
Siento la placidez de mezclar mi sangre con la tinta y convertir, bajo todos los puntos de vista, la tarea de escribir en algo serio. Claro, no hay peligro de muerte, pero esa seriedad acabará por saldarse de una manera definitiva.
Aunque hubiese sido el escritor más importante y mi trabajo me hubiese deparado un gran sufrimiento, siempre habría sido mejor que esta muerte voluntaria.
Hay cosas que deben morir en la Europa de estos tiempos que corren. Y no quiero sobrevivir a ellas. Quiero dejar bien claro mi apego. Jamás fui germanófilo, pero consideré que Alemania, para bien o para mal, ha representado gracias al hitlerismo algo que creo concernía a una cierta Francia nórdica, normanda, gala o franca y a la que pertenecemos.
Una cierta presencia, un cierto estilo, una cierta mezcla de aristocratismo y llaneza, lo esencial de la monarquía, la aristocracia y el pueblo.
Desde 1929 me consideré definitivamente socialista y confiaba en que el hitlerismo llevase a cabo el socialismo, de una manera consciente o no. Creía que la guerra lo obligaría a ello; aunque fue todo lo contrario: la guerra hizo que lo dejase de lado.
Tan sólo creo en los grandes hombres en tanto que mitos: Hitler no ha estado a la altura, pero los otros como Napoleón, tampoco.
A partir de ahora, parte de esos valores estará representada por Rusia. No creo en el comunismo ni tampoco en el nacionalsocialismo. He combatido durante demasiado tiempo al comunismo en Europa como para unirme a sus filas. Lo saludo, pero me voy; y además no me fío ni un pelo de los comunistas franceses.
Me alegra la idea de irme, ya que he despreciado mucho a los franceses y me parece que ahora los despreciaría aún más. ¡Pobre De Gaulle! Quizás sea injusto despreciar a los franceses; a todos los pueblos les llega su hora.
He ido hasta lo más profundo de mi nación, de todas las naciones. Más racista que nacionalista.
Ojalá hubiera sido inglés o alemán o ruso —nórdico al fin y al cabo—. Francia está demasiado mezclada con lo meridional.
En el fondo, la política siempre fue algo secundario para mí; mis reflexiones más graves se centraban en la filosofía religiosa: en ella he hallado un placer enorme y definitivo durante estos últimos años. No en vano, gracias a sus enseñanzas, considero fácil esta despedida. Me considero preparado para emprender la marcha.
Me alegra acabar así, en la plenitud de mi consciencia ante los embates de la enfermedad —cada vez más cercana— y la vejez.
He superado el cristianismo y me siento movido hacia esa cumbre en la que confluyen las otras grandes religiones. Me siento henchido de pensamiento ario (hindú, griego) y el islam y el cristianismo son tan sólo meros complementos, pruebas.
Me mato: ninguna ley superior lo acepta; todo lo contrario. Mi muerte es un sacrificio libremente consentido que me evitará ciertas debilidades, ciertas inmundicias. Y sobre todo, no estoy dispuesto a ofrecer mis últimos días a la política (la prisión, etc.), pues me abstraería de mis ideas más elevadas, a las que quiero dedicar estos instantes.
No creo ni en Dios ni en el alma. Creo en la eternidad de un principio supremo y perfecto para el que el mundo no es más que apariencia vana. Una apariencia encantadora en la que me he solazado como nadie. He disfrutado de los hombres, las mujeres, las plantas —en especial de los árboles—… de todo —y de las casas, mi querido arquitecto—, pero después de tantos años, me interesa mucho más la esencia que se oculta tras todo eso. Me he embriagado de manera maravillosa y ahora tan sólo siento una tremenda alegría por dejarlo atrás.
No guardo ninguna queja o arrepentimiento: estoy saturado de apariencias y aspiro a alcanzar la esencia, la esencia de lo indecible.
Aprovecho la ocasión que se me brinda. La amenaza de muerte, tras estos cinco años, me ha hecho vivir con más intensidad y me ha permitido disfrutar y entender todo como no me hubiera sido posible si hubiera optado por una vía más peligrosa, la de la audacia más áspera.
Espero que todo te vaya bien, que reemprendas tu oficio, que no tengas problemas por mi culpa, que puedas desarrollar tus ideas y tu manera de ser como sueles hacer.
Me alegra pensar que te quedarás con mi biblioteca, mis libros y que velarás por mi obra.
Mis amigos te darán cuantas indicaciones precises: Suzanne Tézenas dispone de ciertos papeles e indicaciones para ti.
Christiane, que ha sido maravillosamente buena y tierna conmigo, te verá más adelante y te entregará otras. Siempre te atenderá.
Querido amigo, me hubiera encantado envejecer a tu lado, pero la suerte no lo ha dispuesto así.
Con un abrazo desde lo más profundo de mi corazón y de mi ser,
Tu hermano Pierre
(Traducción de Gongren)
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