04/06/12

Inteligencia e fase da vida

 

Inteligencia e fase da vida

Dicen los entendidos que lo que se conoce como capacidad cognitiva general (también  denominada inteligencia general, o G18) es una característica humana que se relaciona con cuestiones como el éxito educativo y profesional, la salud y hasta la supervivencia. Además, el mantenimiento de una buena habilidad general cognitiva en la vejez se ha asociado con una mejor salud física y con la capacidad de realizar tareas diarias en esa etapa de la vida.


Varios trabajos han indicado que las diferencias de inteligencia son altamente heredables. Así, estudios en los que se ha realizado un seguimiento a la capacidad cognitiva general de determinados individuos a lo largo de un cierto tiempo, indican que aproximadamente la mitad de la variación fenotípica en la inteligencia general durante la tercera edad, se explica por su valor en la juventud. Dependiendo de cómo se mire, eso querría decir que hay una parte de la capacidad cognitiva que se mantiene a lo largo de la vida de una persona, pero que otra parte (igual de importante) va cambiando a lo largo de la misma.

Los estudiosos del desarrollo cognitivo llevan tiempo tratando de identificar cuáles son los determinantes implicados tanto en la estabilidad como en el cambio que parece suceder en la capacidad cognitiva a lo largo de la vida de una persona. Como en otras ocasiones, se alude a factores  genéticos y ambientales como responsables tanto de la estabilidad como del cambio.
Para analizar factores genéticos implicados en caracteres cuantitativos complejos, como es el caso de la capacidad cognitiva, un enfoque tradicional es estimar la heredabilidad de un rasgo, o fenotipo. Para ello, la manera habitual de trabajo suele ser comparar grupos de parentesco genético conocido, como los gemelos idénticos (100% de relación) y los gemelos fraternos (aproximadamente el 50%). La fuerza de este enfoque es que estima el efecto neto de la influencia genética, sin la necesidad de saber qué genes son responsables. La ausencia de  información sobre los genes responsables es también su punto débil.
Un trabajo dirigido por el investigador Peter M. Visscher,  de la Universidad de Edimburgo (UK), y que ha sido publicado en la revista Nature el 9 de Febrero del 2012, intenta identificar factores genéticos que puedan estar asociados con la capacidad cognitiva durante la infancia y durante la tercera edad.
Para ello, han realizado un análisis de SNPs (polimorfismos de un único nucleótido) distribuidos por todo el genoma (analizaron 599,011 SNPs autosómicos) en 1940 individuos no relacionados. Los individuos elegidos participaron en un estudio que se realizó en Escocia en 1932 y en 1947 sobre Evaluación Mental : en aquél momento,  cuando contaban con unos 11 años, realizaron un test  de inteligencia general que, según parece,  está bien validado (el test de  Moray House). A los individuos participantes se les ha re-evaluado de nuevo ahora, en su vejez, con el mismo test; además se han tenido en cuenta  numerosos factores médicos y psicosociales, a fin de estudiar su salud mental y su envejecimiento físico.
A pesar de que los propios autores del trabajo lo califican de inusual y valioso, porque se ha realizado sobre una muestra muy amplia de personas y porque se analiza la evolución de la estabilidad y el cambio cognitivo que sucede en más de medio siglo (tiempo que separa las dos evaluaciones  cognitivas realizadas a las mismas personas), parece ser que el poder de significación del estudio es insuficiente. Según indican, hay muchos fenotipos poco frecuentes en su muestra y, por ello, la varianza de los datos es tan grande que no se alcanzan significaciones estadísticas.
No obstante, los autores encuentran una correlación genética sustancial (0,62) entre la inteligencia en la infancia y en la vejez, lo que significa que  los mismos elementos genéticos podrían asociados con este rasgo a lo largo de la vida. Además, en el trabajo se estima que el 24% de la variación fenotípica  que se observa con el envejecimiento cognitivo es explicada  por los resultados de genotipado de los SNPs analizados en el trabajo.
En resumen, se afianza la idea preexistente de que  existen mecanismos genéticos que intervienen en el cambio cognitivo que sucede a lo largo de la vida de las personas y de que las contribuciones ambientales son también muy importantes. Parece que el camino para identificar los factores genéticos y ambientales concretos implicados en este cambio, sigue estando abierto.



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