07/04/12

Genética y redes sociales


Genética y redes sociales

Nuestro código genético es una caja de sorpresas. En ella están escritas nuestras bases físicas, nuestras predisposiciones y, por lo que parece, también nuestras conductas y capacidades relacionales. Así lo sugiere un estudio publicado en la revista PNAS por científicos de la Universidad de California en San Diego, que sugiere que en los genes está redactada nuestra afinidad por los demás.




¿Por qué sentimos afinidad por alguien? ¿Qué nos lleva a unirnos a un grupo y mantenernos unidos a él? ¿Hay alguna condición específica que nos vincule a nuestra pareja, sea ocasional o permanente? Desde un punto de vista psicológico, o incluso sociológico, hay respuestas para todas estas preguntas. También las hay en forma de comportamiento molecular y bioquímico, pero no está claro en absoluto que haya algo escrito en nuestro código genético que nos predisponga a construir una red social, entablar amistad  o buscar pareja.
Sin embargo, existen indicios genéticos que sugieren lo contrario. En grupos de amigos abunda la presencia de un gen coincidente para la mayoría de sus miembros, el DRD2. Otro gen, el CYP2A6, asociado a “mentalidades abiertas”, parece tener relación con la pareja reproductiva. ¿Se trata de simples coincidencias o bien son vestigios de la evolución?  O tal vez sea que nuestra afinidad o aversión por alguien depende, además de los socorridos factores ambientales, culturales y sociales, de lo que dictan nuestros genes.


Los estudios genéticos sobre el comportamiento social de las especies animales, entre las que cabe incluir a los humanos, constituyen una disciplina con muy pocos resultados satisfactorios. Probablemente, como indica James Fowler, unos de los científicos más destacados en el territorio de la biología de las redes sociales, porque aún se conoce poco de los genomas y porque las prioridades de investigación están muy focalizadas en los aspectos más biomédicos. “Es un capor por descubrir”, dice.
Recientemente, Fowler publicaba en PNAS la coincidencia del gen DRD2 en grupos de amigos. ¿Sugiere este hallazgo que cuando sentimos afinidad por alguien es por qué de algún modo percibimos la presencia de este gen en la otra persona? “Nuestra capacidad para hacer amigos y mantener la amistad a lo largo del tiempo es algo que nos define como humanos”, explica, por lo que “es probable” que exista en nuestro código genético alguna secuencia que explique este fenómeno.
La comunidad
Aficiones comunes, una cierta afinidad, intereses u objetivos en el corto o largo plazo, coincidencia en el tiempo y en el espacio, son factores que explican cómo y por qué se forma y cohesiona un grupo. Las motivaciones son múltiples. Desde la asociación para conseguir comida en los primeros cazadores y recolectores, hasta los económicos actuales (que muchos hacen equivalentes), los emocionales o los rasgos físicos y culturales. Si en los primeros prima la voluntad de asegurar la continuidad de la especie, en los segundos es el factor de exclusión con grupos o individuos “diferentes” el que persigue el mismo objetivo. La genética aporta ahí un punto de apoyo.
El gen DRD2 se encuentra ampliamente representado en cohortes de amigosSuperado el factor genético de exclusión, es el entorno el que acaba dictando las reglas a seguir. En el caso de los humanos, es la progresiva adquisición de nuevas capacidades y habilidades lo que marca la pauta y lo que acaba determinando la coincidencia o ausencia de intereses comunes. El nuevo paradigma, según coinciden gran parte de los expertos, son las nuevas tecnologías de la información, las cuales añaden igualmente un nuevo factor de cohesión, puesto que sacan a la luz elementos que pueden resultar atractivos o coincidentes entre individuos que tal vez no se habrían conocido jamás sin el factor “publicitario” que ofrecen distintas herramientas en Internet. El mecanismo no deja de ser una amplificación de la formación clásica de una red social.
La cuestión es si la biología en este punto tiene algo que decir o no. Fowler piensa que podría ser factible. En su investigación incluye distintas cohortes en las que halló que el gen DRD2 estaba presente en grupos de amigos que presentaban gran afinidad. El resultado, lejos de causar sorpresa, vino a corroborar un hecho ya conocido, puesto que este mismo gen se ha identificado en personas propensas al consumo de alcohol y se cree que forma parte de la compleja red genéticas del fenómeno adictivo. “Entre los grandes consumidores de alcohol es conocida su habilidad para entablar relaciones o integrarse en grupos”, señala Fowler. El hallazgo, opina, amplía la visión de la relación entre afines.
El gen CYP2A6 se inscribe en el mismo contexto. De acuerdo con las investigaciones, las personas extrovertidas o “de mente abierta” presentan este gen. Y por lo que parece, tienden a relacionarse mejor con aquellas personas que carecen del mismo. Según Fowler, esta correlación negativa reflejaría “de modo inconsciente” la búsqueda de personas “genéticamente distintas”, lo cual aseguraría la variabilidad genética necesaria para asegurar el éxito de la descendencia.
Salud y reproducción
Estos y otros genes, considera Fowler, podrían indicar aspectos que van mucho más allá de la determinación de afinidades o diferencias. Podrían señalar, por ejemplo, a grupos de personas cuyos antepasados formaron parte de una población específica o incluso de una misma familia, lo cual explicaría la predisposición a relacionarse bien para amistad o bien con fines reproductivos.
El caso inverso determinaría una estrategia para incrementar la variabilidad genética de la descendencia, un aspecto que parece probado en individuos que, de forma inconsciente, seleccionan parejas con sistemas inmunes que responden de distinta forma con el objetivo de asegurar la salud de los descendientes.
En cuanto a la biología del comportamiento, los dos genes ahora identificados no son más que “primeras piedras aún inconexas” de lo que presumiblemente está escrito en el código genético. “Hay múltiples factores, algunos muy sutiles, que condicionan el comportamiento”, concluye Fowler. Muy probablemente, los que ahora se han encontrado, junto con otros asociados a conductas adictivas o violentas, no hacen otra cosa que señalar predisposición. La influencia del entorno se encargaría del resto.
Los genes de la normalidad
En las modernas genómica y proteómica, y por extensión en biomedicina, la identificación de genes y de su expresión se ha concentrado desde sus inicios en dar con las claves que desencadenan una patología. Y de entre éstas, aquellas que tienen mayor incidencia en la sociedad. Pero en el camino es inevitable dar con otros genes cuya función está asociada a enfermedades no prioritarias o bien con la normalidad, sin que pueda atribuirse casualidad a su hallazgo. Entre este enorme paquete de genes se encuentran buena parte de los que nos definen como somos, tanto en el aspecto como en lo que determina nuestra humanidad y, por consiguiente, nos diferencia de los grandes primates, por ejemplo.
También están los que algunos autores denominan genes de la conducta o genes sociales. Los primeros se asocian a enfermedades psiquiátricas o a transtornos de la personalidad. Los casos sobre los que existe mayor profusión de datos son la depresión, las conductas adictivas y las violentas. En el segundo cajón, hoy por hoy menor, se encuentran las relaciones de grupo y las afinidades interpersonales. En este caso, hay mucha más información sobre la conducta de insectos sociales como las abejas o las hormigas, los cuales son tomados como patrón a considerar.

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