Yo leo a Hitler.
Un hombre es la suma de sus lecturas. Yo leo 'Mein Kampf' y lo que escriben en foros de Internet tipos como yo. Lo primero tiene un morbazo que resulta irresistible: tanta brasa con que aquel tío era tan malo que mola descubrir exactamente lo que decía. Es una especie de escupitajo a esta sociedad de mierda que me toca las narices, leer al tipo que ponen siempre como el supervillano. Que otros escuchen a Amaral o se hagan de una ONG contra el hambre y enciendan velitas. Yo leo a Hitler.
Lo de los foros es una pasada porque puedes hacer, hasta hartarte, las dos cosas que más me motivan: la primera, insultar a la basura que no piensa como yo utilizando todos los insultos del diccionario, más los que te sepas inventar; la segunda, descubrir a las almas gemelas, a los que tienen los huevos de llamarle al pan pan y al vino vino, sin dejarse arrinconar por esta dictadura de lo políticamente correcto y toda esa mierda que nos ha traído a donde estamos, al borde del barranco. Para ser sincero, tampoco es que me importe mucho cómo se puede arreglar, ni es una tarea a la que piense dedicar ni un segundo de mi tiempo. Hay quienes nacen para poner en pie edificios, y supongo que está bien, gracias a eso tengo casa y cuando llueve no me mojo, pero otros somos del gremio contrario. Y lo que más se puede parecer a cumplir nuestra misión en la vida es encontrar algo que echar abajo. Por suerte, candidaturas no faltan.
Cuando decidí pasar a la acción, después de estudiar a fondo (para eso está también Internet, con sus enlaces infinitos) la vida y la obra de los dos héroes de Columbine, se me amontonaron las posibilidades. La lista de cosas y gente que me gustaría volar es demasiado grande. Desde que tengo uso de razón he ido coleccionando individuos y colectivos que apestan, me repatean y me ofenden la vista. Y el trato en la red con quienes son como yo me ha ratificado en esas fobias y me ha permitido coleccionar unas cuantas más. Si el cibercolega con el que compartes el odio a los moros, a las pedorras gafapasta progres y a los seguidores de Almodóvar te dice que no puede soportar a los que fuman en pipa, de pronto empiezas a sentir que es verdad, que ahí hay otro grupo de indeseables a los que habías pasado por alto, y a los que sería higiénico, a la par que catártico, gasear.
Pero después de mucho pensarlo, llegué a una conclusión: siguiendo la incomparable enseñanza de los maestros de Columbine, apuntaría mi explosivo contra los universitarios. Esa horda de vagos que vive por la cara en edad de trabajar, de fiesta de la cerveza en fiesta de la cerveza, cuando no se van de Orgasmus por ahí a folletear como perros, y que luego, cuando les dan el diploma, te lo restriegan por la cara para hacerte ver lo que ellos son y tú no eres y para que entiendas por qué pueden mirarte por encima del hombro para los restos. Así que decidí que unos cuantos no recogerían el papelito dichoso, y así ya no le restregarían nada a nadie. Me formé en la materia, aproveché mis habilidades para levantar la financiación necesaria (consideré un curro, pero el póquer online se reveló más rápido) e hice mi pedido. La maquinaria (que eso hay que reconocerlo, eficaz es, cuando la engrasas con el dinero que pide) funcionó como un reloj. En la fecha convenida, llegó el cargamento a casa.
Para mi decepción, y mi injusta marginación del olimpo de los superhéroes antisociales, desde el bar de enfrente vigilaba un grupo de maderos y después de meter las cajas en casa entraron ellos. En fin, tampoco me voy a arrugar, y menos todavía pienso pedir perdón. Lo confesaré todo, y mientras saboreo mi fama me consolaré pensando que por poco no llegué a hacerlo.
Y vosotros, ciudadanos horrorizados que leéis mi historia, no os torturéis buscando un por qué. Iba a mataros porque me caéis mal. Es crimen suficiente. Y nadie puede absolveros.
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