Estos dos fenómenos obedecen a una misma causa: el norte de Europa estuvo poblado durante el neolítico por sociedades de pastores que tenían la leche de vaca como alimento básico. Las personas capaces de digerir la lactosa gozaron de mejor alimentación, y transmitieron sus genes con más éxito a las generaciones siguientes, que las que no toleraban la leche. Al mismo tiempo, las vacas que producían más cantidad de leche, y de más calidad, también fueron seleccionadas para la reproducción, lo que modificó la composición de las proteínas lácticas.
Se trata del "primer ejemplo de coevolución genética entre humanos y animales domésticos", afirma un equipo de genetistas que presenta hoy sus resultados en la edición electrónica de la revista "Nature Genetics". Esta coevolución "refleja hasta qué punto la domesticación de animales ha moldeado las sociedades humanas, así como los genomas de las personas y del ganado".
La investigación, en la que científicos de siete países han analizado genes de 20.000 cabezas de ganado de 700 razas distintas de toda Europa, es la más amplia jamás realizada sobre la evolución del ganado vacuno. Su principal aportación es que demuestra que la evolución de vacas y la de humanos se han influido mutuamente en los últimos milenios. Rompe así con la clásica separación entre genes y cultura: la tolerancia de los adultos a la leche no es sólo genética ni sólo cultural, sino que es ambas cosas a la vez.
"La cría de vacuno empezó hace entre 6.000 y 8.000 años en Oriente Medio", informa Albano Beja-Pereira, genetista de la Universidad Joseph Fourier de Grenoble (Francia) y primer autor de la investigación. En aquellos primeros tiempos, las vacas se criaban por la carne. Pero cuando la cultura neolítica llegó al norte de Europa, los rebaños empezaron a criarse por la leche.
La razón puede estar en la vitamina D, que la piel sintetiza a partir de la radiación solar, pues facilita la absorción del calcio de la dieta y es esencial para tener huesos resistentes. "La leche pudo aportar un suplemento de calcio a los pobladores del norte de Europa, para compensar la poca radiación solar que recibían", sugiere Carles Lalueza, antropólogo de la Universitat de Barcelona.
Convertir las vacas en fábricas de leche obligó a cambiar las prácticas ganaderas: si para conseguir carne se dejaba que las terneras tuvieran lactancias prolongadas, para conseguir leche hubo que destetarlas antes. Al mismo tiempo, convertir la leche fresca en la base de la dieta forzó una adaptación genética de la población. Para tomar leche, es necesaria la lactasa (una enzima que digiere el azúcar de la leche: la lactosa). Todos los mamíferos tienen lactasa de pequeños y la pierden al crecer. Pero en la especie humana tres mutaciones genéticas permiten a algunos adultos seguir tomando leche.
Estas mutaciones genéticas se impusieron en las poblaciones del norte de Europa hasta el punto de que, hoy día, todas las personas originarias de Holanda, Dinamarca o Noruega las tienen. En la península Ibérica, alrededor del 90% de la población también las tiene, aunque en el sur de Europa la práctica de beber leche tuvo una importancia menor. El calor, propone Beja-Pereira, pudo obligar a los antiguos pobladores de las regiones mediterráneas a hacer queso o yogur -que son aptos para personas que no toleran la lactosa- para aprovechar la leche. |
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